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humanista

Pura vida

Un momento cualquiera en Siena

Es tarde y tengo sueño, pero no me voy a dormir. Es una necesidad expresar todo lo que se está moviendo desde mi garganta hasta mis caderas. Es extraño. Como todo lo que nos sucede por dentro. Incontrolable y rico. Rico en colores, en olores, en sensaciones, en sonidos. También sabe bien. Te deja regusto agridulce. Como todo lo chino. Una cultura superior. Y huele. Huele a vida. Huele a fresco y a rancio; de la misma manera que nos enfrentamos con el mundo. Y no para. Sube, baja, da vueltas, vuelve a subir. Se expande y se retrae, como la piel, que también está viva. Y va dejando un surco. Un surco de recuerdos que van tomando forma con el tiempo, y con la gente, y con nuestra propia vida. Y está ahí siempre. De noche, de día, durante la alegría y durante la tristeza. Y toma parte en nuestras decisiones y nuestros sentimientos. Nos juega malas pasadas y nos muestra el cielo. Nos advierte, pero nos empuja constantemente a seguir. Renueva nuestro espíritu y hace que habitemos la fantasía. Un conjunto de piedras lo convierte en arte, y una casa en un hogar. Es una inyección constante de actividad que nos permite, aunque no siempre lo merezcamos, estar vivos.